Hace poquito terminé de leer esa bellísima obra de Italo Calvino, Las ciudades invisibles. A él vaya este plagio homenaje imitación que me inspiró a escribir la lectura de este libro.
Las ciudades y los muertos 6
A Maida -ciudad de tejados bajos y calles de piedra- se la distingue desde todos los puntos cardinales varias millas antes de aproximarse a sus puertas. La torre que corona la ciudad grita su presencia a los viajeros. Pero éstos, sabiamente, suelen optar por alejarse de su embrujo.
Los habitantes no recuerdan cuándo empezó el rito. Me he enterado de que todo intento de resistirse fue en vano. Para que el Gran Kan comprenda el temor del viajero, debe saber que, cada vez que en una noche de tormenta de un año bisiesto, nace en las familias de Maida una niña de ojos verdes, la regla dice que el día de su decimoséptimo cumpleaños deberá ser entregada a la torre. Para que sea, mientras su vida dure, una más de las guardianas de la ciudad.
Estas criaturas no presentan, a diferencia de lo que podría esperarse, ningún intento de huir de su destino. Por más que sus familias intenten ocultarlas o mentir su edad para, al menos, conservarlas unos años más a su lado, las jóvenes mismas parten hacia la torre el día indicado, atraídas por los gritos de sus compañeras. Nunca se las vuelve a ver en el mundo de los vivos.
Pero hay quienes dicen reconocer en el quejido nocturno de la torre la voz de su hermana menor, de su primogénita, de aquella novia de la adolescencia, de la vecinita que cortaba flores en el jardín de enfrente.
Las ciudades ocultas 6
Ligia es una ciudad de ciegos, diseñada por ciegos y habitada por ciegos. El viajero vidente necesariamente se sentirá extranjero en ella. Las casas parecen haber sido amontonadas por un niño gigante que hubiera estado jugando a los cubos con la ciudad. Hay puentes que cruzan sobre caminos perfectamente transitables, y escaleras que suben cuando hay que bajar. Los colores de los edificios no guardan entre ellos ninguna armonía: el malva del Palacio de Gobierno junto al ocre del Teatro Municipal, el verde trébol de la cárcel junto al carmesí del Mercado de Frutas. La fealdad de sus empedrados y el exceso de luces en las avenidas, todo parece herir los ojos de quienes la contemplen.
Felizmente, sus habitantes no pueden hacerlo. Y han construido por sobre su desagradable ciudad visual, una ciudad de sonidos. Porque la verdadera Ligia está hecha de trinos de pájaros, de violines que resuenan en el aire fresco de la tarde, del murmullo de una cascadita escondida tras los muros de cualquiera de sus construcciones, de la risa de un niño jugando con su padre. Las calles no se reconocen por su pésima señalización, sino por las cálidas voces de quienes habitan en ellas. Sus noches son el canto de un grillo en la distancia.
Sólo cerrando sus ojos puede el viajero apreciar la magnitud de Ligia en toda su gloria. Y es que esta ciudad no nació para ser ciudad: nació para ser canción.
Las ciudades imaginarias 1
A Belisaria se la define por lo que, como ciudad, no tiene. No tiene puentes de piedra que cruzan por canales de aguas cristalinas, ni tiene peatones que los transiten a paso lento, contemplando melancólicamente su propio reflejo. No tiene anchos boulevares surcados por sauces, ni parques con canteros de flores exóticas. No tiene edificios rematados por cúpulas góticas, ni catedrales, ni mausoleos. No tiene aroma a durazno, jazmín o canela. Sus calles no son recorridos por bellas damas en sus carruajes de ébano. No tiene el calor del trópico ni el frío polar, y no la cubren blancos mantos de nieve en invierno. Sus noches no son de una total negrura, ni tampoco están iluminadas por millones de estrellas. La luna de Belisaria es la misma luna que ha alumbrado al viajero en cualquier otro sitio. La ciudad no conserva entre sus muros una leyenda milenaria, ni tampoco su belleza ha sido cantada por más de un rapsoda.
Sin embargo, una vez que el viajero logra librarse de todas las imágenes preconcebidas que ha traído -a modo de equipaje- a esta ciudad, es recién entonces cuando puede comenzar a disfrutarla.
3 comentarios:
Gracias!, Buen post
hará unos días dejé a mi novia una de las novelas que más me han gustado, y le pedí que se la leyera como muestra del cariño que me tiene. dicha novela es EL CABALLERO INEXISTENTE... parece una serendipia, no?
Rayco,
No me agradezcas a mí, sino a Italo Calvino. Si lees el libro vas a ver que realmente no inventé nada. ¡Ja!
Luisito,
Efectivamente, muy buen libro. Lo tengo porque me lo regaló un muy buen amigo mío... :)
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