Desde hace una semana, convivo (porque un gato no es una mascota común y corriente) con esta criatura atigrada que revolucionó mi pequeño ambiente. Se llama Fiona, tiene tres meses, pelaje largo y suave, la cola terminada en un pompón y una bonita cara de lince. Cuando pueda, voy a poner una foto suya.
Le gusta mordernos los dedos de los pies a Javier y a mí, mirar televisión a mi lado, esconderse entre las cajas de mis apuntes de la facultad, subirse a la videocasetera y pelearse con el gato del espejo. Es divertido verla arquear el lomo a su propia imagen para inmediatamente después asustarse y salir corriendo. No le gusta estar sola, me sigue por toda la casa y cuando vuelvo después de haberme ausentado por unas horas, me hace fiesta cual perrito. Siempre quiere mimos y se enoja si no la dejo dormir en la cama (cosa que a veces es imposible, porque sus ronroneos me despiertan cuando a ella se le ocurre).
Por estos días anda medio resfriada, y cada vez que estornuda sacude los vidrios de la ventana, pero ¡pobrecita! es mi culpa que haya tomado frío, porque en los primeros días le puse su caja y su comida en el balcón... Por suerte aprendí, ahora la tengo bien instalada en el rincón más calentito de la cocina.
1 comentario:
Admítelo, maguita, la mascota eres tú, y ella es la doña de la casa. Cuanto antes asumas tu rol, mejor :)
Besos.
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