Como me había propuesto en mis resoluciones para el 2008, estoy tratando de retomar la escritura de ficción. Es por esto que hoy dejo este breve cuento para compartir con todos ustedes. Aceptaré toda clase de críticas, hasta las más despiadadas.
Caída
Ella yacía desnuda en el piso de la cocina. Había dejado de llevar la cuenta de las horas transcurridas así, inmóvil. Sus ojos, extraviados, se detuvieron por un segundo en la telaraña que desde hacía tiempo conectaba la alacena de arriba al cielorraso. Después, su mirada siguió vagando, siguiendo el vuelo errático de una mosca a la que justo se le había ocurrido entrar por la ventana abierta.
Su gato se acercó una vez más a olfatearla. Sintió su hocico frío apoyado en su pantorrilla izquierda. Después, el animal saltó por encima de sus piernas, se posó a su lado y comenzó a lamerse una pata, para pasarla por su hocico, su cabeza y sus orejas. Ella dejó de prestarle atención porque en ese instante sonó el teléfono. Otra vez. Repiqueteó cuatro, cinco, seis veces, y después ella supo que la persona del otro lado de la línea estaría escuchando su voz en el mensaje del contestador.
Por la ventana entraban los rayos del sol de la mañana. No hacía ni frío ni calor, si bien el pronóstico había anunciado un marcado descenso de la temperatura para los próximos días. Entró una ráfaga de brisa, que ella percibió sin estremecerse, con indiferencia, y hasta con hastío.
De repente, en la puerta, el ruido de una llave. Lo había olvidado: hoy era jueves, y Elisa venía a limpiar todos los jueves. Hacía años que trabajaba para ella, y desde siempre tenía su propio juego de llaves, porque ella normalmente estaba en el trabajo hasta pasado el mediodía. Escuchó cómo la señora abría la puerta, saludaba al gato llamándolo por su nombre, colgaba su abrigo del perchero y sintió retumbar sus pasos cuando se dirigió a la cocina.
Elisa ni la miró. Fue hacia la cajonera, sacó su delantal y se lo puso sobre su ropa, una camisa rayada y un jean algo descolorido por el uso. Pasó por sobre encima de ella sin pisarla, como si ni siquiera hubiera reparado en la presencia de la mujer desnuda sobre las baldosas blancas y azuladas. Caminó hasta la pileta y lo primero que hizo fue enjuagar la taza del café que ella se había servido la noche anterior, y había dejado a medio tomar. Desde el suelo, ella escuchó correr el agua y sólo pudo imaginar cómo el líquido amarronado se diluía a medida que se escurría por la rejilla y la taza quedaba limpia.
A través de la puerta abierta pudo ver cómo Elisa trapeaba los muebles del living, sacudía los almohadones del sofá y regaba las plantas, que ella tenía bastante abandonadas. Escuchó una radio prenderse y no se sorprendió por ninguna de las noticias del mediodía. Cuando la aspiradora fue encendida, vio pasar al gato erizando el lomo: le tenía pánico a ese ruido.
Más tarde, Elisa se dirigió al dormitorio, donde seguramente cambiaría las sábanas, acomodaría la ropa tirada en la silla y levantaría los papeles del suelo. En efecto, cuando volvió a la cocina llevaba un bollo de sábanas sucias bajo el brazo. Volvió a pasar por sobre encima de ella sin verla. Metió la ropa a lavar y dejó el lavarropas funcionando. Ya siendo casi la una del mediodía, se sirvió algo de comida de la heladera y prendió el noticiero en la tele de la cocina. Ella se preguntó si no le aburriría escuchar dos veces las mismas noticias, si no hacía una hora habían dicho lo mismo por la radio.
A esa hora, normalmente ella hubiera llegado del trabajo y encontrado a Elisa en medio de su almuerzo. En estas ocasiones se servía algo ella también y comían juntas, ambas mujeres frente al televisor. Pero otros días ella se quedaba a almorzar con sus compañeros, y en esos casos nunca llamaba para avisar. Después de todo, no tenía que rendirle cuentas a nadie: siempre dejaba el dinero para Elisa bajo el cenicero de cerámica de la mesita ratona, y llegada la hora de salida, la señora se cobraba sus horas, se iba y cerraba con su llave. Eso mismo haría hoy.
Después de comer, Elisa volvió a la cocina y sacó la ropa ya limpia del lavarropas. Colocó las sábanas en una palangana demasiado chica, y éstas salpicaron el piso, y también a ella. Le cayeron unas gotas sobre los pechos y la panza. Los pezones se le endurecieron al sentir frío. Después de colgar las sábanas, Elisa pasó el trapo de piso por la cocina, contorneando perfectamente las extremidades de la mujer acostada sobre él. Ni siquiera le rozó la melena negra desparramada sobre su pecho y sobre las baldosas, y ella no dijo nada.
Sabía que a esa hora la señora estaba terminando su trabajo. Vio cómo se calentaba agua para un té y se sacaba el delantal antes de tomarlo. El gato la seguía a todas partes, ahora lo tenía parado sobre su pierna derecha, seguramente esperando algo rico para comer. Elisa lo acarició una vez, y el gato caminó tras ella cuando salió de la cocina.
Ella desde el piso escuchó el ruido de la puerta que se cerraba, el gato que maullaba un par de veces por haberse quedado solo, y después se callaba. Ella parpadeó. Le ardían los ojos. Afuera, el sol seguía brillando, pero a esta hora ya no entraba por la ventana. Ella supo que en esa misma posición, con el brazo derecho bajo el cuerpo y el pelo desparramado sobre el pecho, vería las penumbras tomando posesión del techo de la cocina.
Mariana d. R.
Marzo-Abril 2008
Ella yacía desnuda en el piso de la cocina. Había dejado de llevar la cuenta de las horas transcurridas así, inmóvil. Sus ojos, extraviados, se detuvieron por un segundo en la telaraña que desde hacía tiempo conectaba la alacena de arriba al cielorraso. Después, su mirada siguió vagando, siguiendo el vuelo errático de una mosca a la que justo se le había ocurrido entrar por la ventana abierta.
Su gato se acercó una vez más a olfatearla. Sintió su hocico frío apoyado en su pantorrilla izquierda. Después, el animal saltó por encima de sus piernas, se posó a su lado y comenzó a lamerse una pata, para pasarla por su hocico, su cabeza y sus orejas. Ella dejó de prestarle atención porque en ese instante sonó el teléfono. Otra vez. Repiqueteó cuatro, cinco, seis veces, y después ella supo que la persona del otro lado de la línea estaría escuchando su voz en el mensaje del contestador.
Por la ventana entraban los rayos del sol de la mañana. No hacía ni frío ni calor, si bien el pronóstico había anunciado un marcado descenso de la temperatura para los próximos días. Entró una ráfaga de brisa, que ella percibió sin estremecerse, con indiferencia, y hasta con hastío.
De repente, en la puerta, el ruido de una llave. Lo había olvidado: hoy era jueves, y Elisa venía a limpiar todos los jueves. Hacía años que trabajaba para ella, y desde siempre tenía su propio juego de llaves, porque ella normalmente estaba en el trabajo hasta pasado el mediodía. Escuchó cómo la señora abría la puerta, saludaba al gato llamándolo por su nombre, colgaba su abrigo del perchero y sintió retumbar sus pasos cuando se dirigió a la cocina.
Elisa ni la miró. Fue hacia la cajonera, sacó su delantal y se lo puso sobre su ropa, una camisa rayada y un jean algo descolorido por el uso. Pasó por sobre encima de ella sin pisarla, como si ni siquiera hubiera reparado en la presencia de la mujer desnuda sobre las baldosas blancas y azuladas. Caminó hasta la pileta y lo primero que hizo fue enjuagar la taza del café que ella se había servido la noche anterior, y había dejado a medio tomar. Desde el suelo, ella escuchó correr el agua y sólo pudo imaginar cómo el líquido amarronado se diluía a medida que se escurría por la rejilla y la taza quedaba limpia.
A través de la puerta abierta pudo ver cómo Elisa trapeaba los muebles del living, sacudía los almohadones del sofá y regaba las plantas, que ella tenía bastante abandonadas. Escuchó una radio prenderse y no se sorprendió por ninguna de las noticias del mediodía. Cuando la aspiradora fue encendida, vio pasar al gato erizando el lomo: le tenía pánico a ese ruido.
Más tarde, Elisa se dirigió al dormitorio, donde seguramente cambiaría las sábanas, acomodaría la ropa tirada en la silla y levantaría los papeles del suelo. En efecto, cuando volvió a la cocina llevaba un bollo de sábanas sucias bajo el brazo. Volvió a pasar por sobre encima de ella sin verla. Metió la ropa a lavar y dejó el lavarropas funcionando. Ya siendo casi la una del mediodía, se sirvió algo de comida de la heladera y prendió el noticiero en la tele de la cocina. Ella se preguntó si no le aburriría escuchar dos veces las mismas noticias, si no hacía una hora habían dicho lo mismo por la radio.
A esa hora, normalmente ella hubiera llegado del trabajo y encontrado a Elisa en medio de su almuerzo. En estas ocasiones se servía algo ella también y comían juntas, ambas mujeres frente al televisor. Pero otros días ella se quedaba a almorzar con sus compañeros, y en esos casos nunca llamaba para avisar. Después de todo, no tenía que rendirle cuentas a nadie: siempre dejaba el dinero para Elisa bajo el cenicero de cerámica de la mesita ratona, y llegada la hora de salida, la señora se cobraba sus horas, se iba y cerraba con su llave. Eso mismo haría hoy.
Después de comer, Elisa volvió a la cocina y sacó la ropa ya limpia del lavarropas. Colocó las sábanas en una palangana demasiado chica, y éstas salpicaron el piso, y también a ella. Le cayeron unas gotas sobre los pechos y la panza. Los pezones se le endurecieron al sentir frío. Después de colgar las sábanas, Elisa pasó el trapo de piso por la cocina, contorneando perfectamente las extremidades de la mujer acostada sobre él. Ni siquiera le rozó la melena negra desparramada sobre su pecho y sobre las baldosas, y ella no dijo nada.
Sabía que a esa hora la señora estaba terminando su trabajo. Vio cómo se calentaba agua para un té y se sacaba el delantal antes de tomarlo. El gato la seguía a todas partes, ahora lo tenía parado sobre su pierna derecha, seguramente esperando algo rico para comer. Elisa lo acarició una vez, y el gato caminó tras ella cuando salió de la cocina.
Ella desde el piso escuchó el ruido de la puerta que se cerraba, el gato que maullaba un par de veces por haberse quedado solo, y después se callaba. Ella parpadeó. Le ardían los ojos. Afuera, el sol seguía brillando, pero a esta hora ya no entraba por la ventana. Ella supo que en esa misma posición, con el brazo derecho bajo el cuerpo y el pelo desparramado sobre el pecho, vería las penumbras tomando posesión del techo de la cocina.
Mariana d. R.
Marzo-Abril 2008
13 comentarios:
Uhmm...
Hola, Mariana
Genial el cuento. Me sigo preguntando qué hacia esa mujer tendida desnuda en el suelo. Cómo aquella empleada del hogar podía pasar tan indiferente a través de ella… Pensé que al final esos misterios quedarían resueltos. Pero, al menos para mí, la intriga continúa… ¿Qué hacia esa mujer echada en el suelo? ¿Estaba bronceándose? ¿Apreciaba el espectáculo de cómo el Sol entraba por la ventana? Pero aun así ¿por qué desnuda? ¿Estaba extenuada tras una noche de frenesí y la mujer de la limpieza ya estaba acostumbrada a los excesos de su empleadora? ¿Tal vez el final queda abierto para que cada lector llene esos vacíos desde su propia subjetividad? En todo caso, ese final sugiere muchas posibles explicaciones…
Interesante propuesta
Muchos saludos
No conocía esta faceta tuya, a ver si la enseña más a menudo ;-)
Bueeeeeeeeno, digamos que esta clase de cuentos son los que más me gustan, tanto para leer como para escribir (subí a mi blog algunos, como "Conflicto gremial", "Madrugada volándote del tiempo", "El terco", y está próxima una "Charla de Café" (tiro el chivo porque me gusta que los lean y opinen de ellos, jejeje)).
Este tipo de relatos siempre cargan con un toque de cada uno que hace algunos detalles imperceptibles a los que conocen poco personalmente al autor. Particularmente yo opino, es una primera visión del cuento, me lleva a pensar un estado de ánimo donde uno no se siente parte de su propio lugar, que se siente ignorado por los que lo rodean. Y lo digo porque al limpiar, la señora no pasa el cuerpo por encima, sino que lo rodea, lo mismo que el gato que parece casi no percatarse de la presencia de la muchacha, que a mi gusto está desnuda denotando su angustia.
Espero haber acertado aunque sea algo :P.
Suerte!!!
Hola, Mariana
Muy acertada la lectura del Conde de Dinamarca: algo así anoche me venía dando vueltas en la cabeza; sabía que debía haber alguna metáfora en la impactante imagen de la mujer desnuda en el suelo.
Ahora, yo ensayaría una lectura afín: aquella mujer desnuda podría sugerir la misma idea que en ese otro cuento tuyo de la infancia (creo que era sobre un pececito); la idea de estar rodeado de mucha gente pero seguir sintiéndose solo e incomprendido; la idea de «sentirse» solo (lonely) aunque no se «esté» solo (alone); la idea de ya no saber cómo llamar la atención para sentirnos entendidos y realmente acompañados…
Sí: tu cuento es muy sugerente y su riqueza está justamente en que se presta a muchas interpretaciones… Mis felicitaciones… ¿Habré yo también acertado aunque sea un poco?
Por lo menos, creo, empiezo a ejercitarme en los códigos a partir de los cuales interpretar tus cuentos…
Muchos saludos
... y, nada! Los dejo que sigan comentando. Los estoy leyendo con gran interés.
Mirá, yo no podrìa hacerte una crítica sesuda, me gustó y punto. Lo que sí puedo hacer es pasarte el dato de éste concurso que tal vez te interese. Fijáte en ésta página, hay tiempo todavía:
http://www.inadi.gov.ar/banners_adicionales_detalles.php?categoria=8
Como dato de color, te aviso que te olvidaste de poner mi cumpleaños en tu agenda de éste mes (12). :)
Besos Márian.
Pd, ¿se sabe algo del delincuente cordooobés?
JuanPa,
Ya te agrego a la lista! Gracias por el dato del concurso, voy a ver si se me ocurre algo.
En cuanto a nuestro amigo cordobés, no tengo novedades, debe estar muy ocupado con su flía.
mi querida señorita:
Va progresando usted como narradora. Un consejo: intente "limar" alguna palabra por aquí y por allá, como cuando el escultor da con el cincel a su escultura, y garaná aún más en agilidad.
Un saludo.
Muchas gracias por el consejo, amigo Luis, usted sí que ha leído cosas mías, así que seguramente sabe de lo que habla.
Un relato más bien realista. La mujer no está echada en el suelo porque se siente sola, en medio de tanta gente. La mujer echada en el suelo, está sola, vive sola, y como es obvio, sólo su gato llega a tener un lazo existencial y afectivo con ella, y es porque "convive" con ella.
Una mucama que al parecer, solo cumple con su labor, llega conversa lo necesario, hace sus labores y se va. La mujer lo único que ha hecho es descubrir que vive sola, por eso yace en el suelo porque no tiene otra cosa más que hacer, abandonarse y mirar lo que yace a su alrededor.
No existen mayores códigos para descifrar. Es un relato que prácticamente carece de acción. La mujer permanece inmóvil. No se sabe quien es, o que es. Y por lo tanto no se puede llegar a establecer que si nos encontramos ante una revelación del espíritu de una mujer deplorablemente frágil y que nos habla de su drama: ella no está ahí a los ojos de los demás, pero está ahí. Tirada, echada, caída, tristemente serena, tranquilamente humillada, como esperando que alguien se atreva a levantarla o estamos ante un relato realista que no esconde básicamente ningún mensaje simbólico.
Me atrevería a decir que estamos ante un relato de una carga muy subjetiva, algo que hace casi imposible de entenderlo a cabalidad. No todo lo que se escribe trae un mensaje significativo para el resto. Para el escritor, quizás, sí. Lo cual no lo hace menos genial. Pero sí, imposible de descifrar, de manera honesta y clara para los que la leen.
En conclusión, un relato no definido e indescifrable. La pregunta es, ¿Hay un drama existencial que se esconde en el, o es una broma de la autora?
Ascanio,
Drama o no drama, todo queda en la ficción. Se trata de un cuento, tal como lo puse en el título. No es una broma, pero tampoco es mi autobiografía, si a eso te referís. Sí puse el elemento del gato porque desde que tengo a Fiona no me imagino ningún argumento sin que aparezca ella (o uno de su especie)retozando entre los renglones...
Gracias por tu comentario, saludos!!!
lady marian,
como ud bien sabe, cada texto literario tiene tantas lecturas (interpretaciones)como lectores.
he leído las críticas anteriores y, asumiendo el riesgo de que me odien, me sorprende las vueltas que se han dado para evitar, tal como ocurre en el texto, sospechar que la mujer está simplemente muerta porque se ha caido (título del cuento, La caída) y ella todavía no quiere aceptarlo y continará en esa posición tal vez eternamente.
la muerte de ella está plagada de indicios a lo largo del texto. Que ella crea que el gato le pone la nariz en el muslo, el exquisito erizamiento de pezones, el no sentir frío ni calor, los ojos rojos de no poder dormir nunca más, tiene que ver con ese estado de muerte aún fresca de la víctima.
las razones para que el gato y la señora de la limpieza la ignoren pueden ser muchas, entre ellas: el cuerpo ya ha sido removido y el departamento vuelto a alquilar o a habitar por un pariente, etc.
luego, si queremos teorizar sobre la soledad, la indiferencia, los problemas sociales, estos aspectos se desprenden de la muerte y de lo que la autora supone es estar muerto.
desde el punto de vista personal (nada importa esto último), el cuento me gustó.
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